miércoles, 20 de agosto de 2008

LA MEMORIA DE LAS COSAS

"El doctor Delicado amaba los objetos. Los objetos tenían memoria, como nosotros, las cosas poseían la facultad de registrar lo que les ocurría, de recordarlo, de guardarlo para ellas mismas, pero la mayoría de nosotros no eramos conscientes de tal hecho. El hombre atento sabe oír, ver y comprender. Me pidió que escuchara atentamente lo que iba a explicarme. Me estuvo hablando largo rato de la memoria de las cosas; me hablaba del tiempo apresado en el interior de las cosas con una fe apasionada, como si lo hiciera de algo que casi se pudiera tocar. Tras la Gran Conspiración había descubierto la existencia de un tiempo mágico, necesario y poético que pasaba desde los objetos, aunque fueran solo una simple cuchara o unas tijeras, a nosotros, que los sosteníamos, que los acariciábamos, que los usábamos. Especialmente en la época en que las aceras se llenaron de concesionarios todos parecidos que vendían y exponían en los escaparates de sus tiendas inodoras los mismos objetos novedosos pero sin alma y sin luz. Al principio no les dio importancia al concesionario de AYGAZ, que vendía ese gas liquido invisible que servía de combustible a los hornillos, o sea, a esas cosas con botones, ni al de AEG, que vendía neveras de un blanco de nieve sintética. Incluso, cuando aparecieron el yogur MIS en lugar del yogur cremoso, y los pulcros y ordenados camiones que traían primero conductores sin corbata la imitación local TÜRK-COLA y luego con el autentico y encorbatado Mr. COCA-COLA, en lugar del jarabe de guindas y el ayran de toda la vida, durante un tiempo se dejo llevar por un capricho estúpido y pensó adquirir alguna de aquellas concesiones, por ejemplo la del pegamento alemán UHU, que vino a sustituir la cola de resina de pino, en cuyo tubo se veía un simpático búho dispuesto a pegarlo todo, o el del jabón LUX, que reemplazo a la arcilla, y cuyo olor era tan destructivo como su caja. Pero en cuanto coloco esos objetos en su tienda, que vivía en paz en un tiempo distinto, comprendió que allí no solo el reloj se había parado, sino también el mismísimo tiempo. Abandono la idea de los concesionarios porque tanto el como los objetos de su tienda perdían su tranquilidad junto a aquellas cosas opacas todas iguales, como ruiseñores inquietos por los descarados jilgueros que han colocado en una jaula próxima a la suya. No le importo que por su tienda solo pasaran las moscas y los ancianos y comenzó a vender de nuevo objetos familiares, conocidos por sus abuelos desde hacia siglos, porque quería vivir su propia vida y su propio tiempo. Quizá hubiera podido olvidar la Gran Conspiración y acostumbrarse a ella de la misma manera que había seguido manteniendo relaciones esporádicas con algunos de los concesionarios, con algunos de ellos incluso había llegado a la amistad, de la que no eran sino un instrumento. De la misma forma que hay quien ser vuelve loco por haber bebido Coca-Cola pero no se da cuenta porque todo el mundo se ha vuelto loco por beberla. Pero su tienda y los objetos que había en ella -plantas, mecheros, estufas sin olor, jaulas para pajaros, ceniceros de madera, picaportes, abanicos y cuantas cosas mas-, probablemente por la armonía de la música mágica que habían formado entre ellos, se habían levantado en contra de la Conspiración de los Concesionarios".
(fragmento del capitulo 9 de La Vida Nueva de Orhan Pamuk)
En resistencia, penélope

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