lunes, 8 de febrero de 2016

niebla


Siete diez y nueve de la mañana. Amanecí con la almohada entre las rodillas. Me froto las piernas con las plantas de los pies, es una sensación que aviva. Estoy entre una cobija oscura y una colcha aborregada clara. La habitación está caliente. Afuera la temperatura es fría, siete grados. La luz del sol entra por los bordes de las cortinas, apenas una rendija que se anuncia. Soñé contigo. No estoy segura del sueño solo del protagonista. Salgo de la cama a prender la cafetera. Página tras página leo una novela mientras dura la taza de café que no despierta el ánimo. Ayer me bañé antes de ir a dormir. Me vestí con el suéter largo verde y me corté las uñas de los pies, lastimé un dedo grande desenterrándolo. Envolví los restos en la toalla húmeda. Desde hace dos días he visto en fragmentos Identificazione di una donna de Michelangelo Antonioni. Una atmósfera con niebla. Escribí sobre lo hecho en el seminario, hay multiplicidad: acumulación que solo al tiempo se puede percibir. Anoté en el pizarrón cuatro proyectos literarios: una novela corta, un libro de cuentos y poemas, una crónica de la ciudad y una antología de la casa. Se despeja, veo aclarado el horizonte. Los días han enrarecido por causas insignificantes y enormes. Eros y la búsqueda. Amar lo que no se tiene. Y después de tenerlo, odiar. Conversaciones que brillan sin profundizar. Una botella al mar no necesita respuesta. Escribir para el lector ideal, que está allá afuera, fuera de mí. Pasar acostada en el sillón envuelta en lo triste de la vida que es alegría. Enfermar un poco el cuerpo. No prender la luz de la casa hasta acostumbrarse a la penumbra. Enroscar el foco de la lámpara. Poner el password de la pantalla. Aventar el mensaje.