Donde se plantea un diagnostico del estado en el que se encuentra la disciplina y se contrarresta con una hipótesis arquicultural.
Hoy como sociedad adoramos los medios, los fines se extraviaron y ya no nos interesan. La arquitectura esta perdida. Sin finalidad no representa nada, no se puede consumir sólo simular. El hombre consumista no necesitó sentidos, sólo mercancías. Las alusiones perdidas que enuncia Carlos Monsiváis representan lo histórico que nos estorba, conceptos que son desechados por inoperantes y que han sido sustituidos o replanteados. En el cajón de los estorbos encontramos a la arquitectura y sus teorías.
La humanidad mefistofélica que se concibió como consumidora durante el siglo XX, ahora ha evolucionado a simuladora y sigue sin plantearse preguntas en la casi extinta primera década del siglo XXI. El capitalismo nos dejó su herencia, la desolación de teorías, de ideólogos como Fidel Castro que dice: “Oscar Niemeyer y yo somos los últimos comunistas en este planeta”. Se extinguen las alternativas de modos de concebir el mundo, de entendernos. Somos la sociedad del simulacro como nos llamo Baudrillard, donde el medio que nos permite el asesinato de la realidad es Internet, bienvenidos a la era virtual.
En la red simulamos hablarnos, entendernos, ir de compras, tener sexo, vivir y habitar. Al parecer preferimos la impostura y la apariencia, nos hemos dejado de conformar mediante la reflexión, la mirada del otro es lo que nos constituye. La arquitectura denuncia y forma parte de esta impostura y apariencia de la sociedad, entregada al estándar, a la receta, a la artesanía sin productos que propongan hipótesis que nos reten. Seguimos adulando, en lugar de dialogar de arquitectos y edificios, propiciando una práctica profesional sin teorías, a ciegas.
Aunado a que el ejercicio de aprender arquitectura esta en crisis, la Escuela apoya proyectos de moda y los modos arquitectónicos como acumulación de postulados experimentados, aprobados y desarrollados a través del tiempo no tienen cabida. Sin embargo, en Monterrey, aún y cuando hay escasas propuestas teóricas que enriquezcan su legado arquitectónico menospreciado y desconocido, pero no por esto consistente y propositivo, se activa la arquicultura o teoría de la arquitectura como cultura, un planteamiento decisivo y urgente de permear en todos los estratos de la sociedad, un experimento, una hipótesis que puede ser comprendida y practicada por todos: escritores, ciudadanos, amas de casa, filósofos, maestros, sacerdotes, prostitutas, empresarios, cineastas y que comienza por tomar la casa habitada como primer objeto de estudio y acercamiento al proyecto que cada uno tenemos con la arquitectura.
La condición de entender este objeto como documento auto testimonial es ampliar las dimensiones en que puede ser estudiado, enseñado, diseñado y teorizado. El proceso del acto arquitectónico complejo, incluyente, inacabado, más apoyado en tradiciones que en innovaciones, experimental y apasionado, evidencia de que los usuarios y ejecutores dominan y determinan desde su marco cultural grupal, más que desde su genialidad y ocurrencia personal las características de los componentes básicos de los edificios que habitan y construyen, y que los arquitectos académicos se han marginado en el camino al ser impostores de modelos extranjeros, refugiados y elitistas.
El postulado queda así: la arquitectura me dice y yo me digo en ella. Comencemos ya a leer, después a escribir y finalmente a poetizar.
ESCUELA NORTEÑA LIBRE DE ARQUITECTURA
Hace 10 años.
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