jueves, 4 de diciembre de 2008

EN MAR ABIERTO

Un jueves ordinario como todos los que vivimos se transforma. Hoy me hablaste atento durante horas. La copa con vino que me serví llegando a mi casa intenta aturdirme, pero la perturbación me llegaría de golpe si dejáramos la espera en un costado. Dices que nos tenemos que ver con hambre, que no busque cantidad, que me quieres y siempre estas para mi, que basta que te lo pida, pero nunca, nunca coincidimos mas desde aquellos momentos clandestinos en los que yo no podía quitarte los ojos de encima, ni las manos, ni la mente, cuando jugabas con mi impaciencia y conmigo, al preguntarme porque siempre me reía y lo mucho que te gustaba verme. Me retabas. Me sentabas de noche en el cordón de la banqueta a esperar que viniera el autobús que me alejaría de ti después de pasarme la tarde en tu departamento dejando que me vieras con miradas nuevas y contandome historias. Esos recorridos eran un viaje poético. Yo iba sola, recargada en la ventana soñando contigo, todos subían y bajaban, hablaban, y yo pensaba en ti, en lo que me entregabas, en lo que me decías y en lo que sentía. Hoy recordaste cuando me compraste un disco para que me sintiera mejor y cuanto te importo. Yo te aceptaba, pero ahora que lo pienso era a medias. Oírte decirme que nunca saldrías de mi vida me reconfortaba y asustaba a la vez, te tenia un miedo inmenso porque hablabas de frente, con palabras que nadie me había dirigido y que en tu boca sonaban fuertes, invencibles. Hoy te dije que me interesas desde entonces, cuando aumentabas intencionalmente mi curiosidad, mi confusión y mi deseo. He pasado algunas veces por tu casa para sentirte cerca, me he estacionado en la acera bajo tu ventana iluminada, conformada con saber que sigues adelante. Tu me escribiste en la carta mas oportuna que me han dado que cualquiera se definiría por alguien como yo, y sabes, no he dejado que esto suceda...
Hoy apareciste, de repente. Como cada vez que lo haces, me moviste, me trastornaste con melancolía en medio de mi ordinaria y ridícula tristeza pasajera.
Porque no vienes hacia mi?
Voltea para acá, vamos afuera, penélope

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