viernes, 14 de marzo de 2008

El restaurante QUICK

Con Bono de acompañante transcurre el viaje en tren de París a Barcelona, muy tranquilo, estoy sentada junto a una chica que no habla mas que francés y a duras penas pudimos explicarnos que yo necesitaba un lugar y que el que esta junto a ella está libre. No pensé que todo esto se concretaría, aún creo que estoy en un encantador sueño en Monterrey, mi casa que está lejísimos, no logro siquiera imaginar cuanto, no extraño, no he tenido tiempo. Ayer viendo las esculturas de Rodin pensaba en su genialidad, la composición del cuerpo, el erotismo, imagino que el escándalo que fue. Me impresionó Fugit Love, en mármol blanco, estupendamente terminada, lisa, suave, curva, y el jardín de las esculturas. El pensador lo habita, enorme, verde, velado por setos. Pero en fin, quiero escribir sobre otra cosa, la arquitectura, que me persigue desde hace unos años, bueno siempre ha estado ahí, desde que jugaba “a la casita” con sábanas, horquillas y mecates. La apreciaba ayer sentada en el restaurante QUICK, de comida rápida, hacia frío y llovía por la tarde en París, toda mojada entré y me reconfortaron los 20 grados centígrados, el techo impermeabilizado y la luz blanca artificial. En su momento, mi casa, la oficina y otros edificios que uso me han hecho inconscientemente feliz, silenciosos me ayudan a vivir, no importa su composición, todos ayudan, cooperan, facilitan, son importantísimos, a grado tal de que hacemos distinciones por el hecho de no tener casa, llamando vagabundos a quienes viven en la arquitectura pública y no tienen un lugar que les signifique a excepción de la banqueta o las estaciones de metro. Los edificios son los objetos que más utilizamos. Mas que los autos, las computadoras, los televisores, las ipod, los nintendos, los teléfonos, los celulares, las palms. Es posible vivir sin todos estos objetos, pero difícilmente lo haríamos sin la arquitectura.

penélope, viajera de tiempo completo

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