domingo, 22 de marzo de 2009

Bibliotecas


Cuando estudiaba arquitectura y terminaba de atender las clases alrededor del mediodía, bajaba las escaleras de uno de los edificios de la facultad y entraba en la biblioteca. Dejaba mis planos y la mochila en la entrada y recorría los pasillos. Leía los lomos, sacaba alguno de los libros, lo hojeaba y lo devolvía en su lugar. Escogía unos cuantos y los llevaba a la mesa, los conocía mientras mis compañeros estaban en el pasillo principal de la escuela pasando el tiempo o ya estaban en sus casas. No me gustaba mucho el área de la biblioteca, pero aun así pasaba ahí al menos una hora diaria. Creo que en aquellos días muy pocas personas se enteraron de esto. Yo sentía que si no pasaba mi tiempo de rutina conociendo esos libros que me llamaban la atención, mi día en la escuela no estaba completo. Conocí otras bibliotecas como la Magna, la capilla Alfonsina, la de Filosofía y Letras, incluso la de la UDEM, por diversas razones, y fue cuando me di cuenta de la escasa bibliografía con la que contamos en esta ciudad. En la mayoría de las ocasiones hay una sola copia de los libros, en mal estado o incompleta, así que fui adquiriendo la costumbre de comprar libros. Libros de arquitectura al principio, pero que poco a poco fui complementando con novelas y algunas rarezas. Duermo rodeada de libros, están sobre la mesa de noche, en el piso, en la cama. Por curiosidad los conté y son 29 sobre la mesa en la que tengo la computadora, Gomorra de Roberto Saviano en el suelo, La Caza del Carnero Salvaje de Haruki Murakami en la cama y 26 en la mesita de noche. 57 mundos a los que entro y salgo sin moverme. Los que tratan sobre arquitectura los escribieron Peter Zumthor, Rem Koolhaas y Renato De Fusco. Hay algunos de filosofía escritos por Platón, San Agustín y George Steiner, pero los que predominan son novelas de Pamuk, Saramago, Murakami, Virginia Woolf, Alberto Camus, Cortazar, Bolaño y Umberto Eco, junto a los textos de Borges, de Monsiváis, los cuentos de Juan Villoro, un guion de Pedro Almodóvar, las crónicas de Salvador Novo y recomendaciones de Harold Bloom. A lo que iba es que conocí la biblioteca José Vasconcelos hace una semana. Me sorprendieron su escala y su luminosidad, su acervo y los escasos lectores. Cuando fui hace meses a la oficina de Kalach y me entere que les había pegado anímicamente que la biblioteca recién inaugurada se cerrara para hacerle composturas tuve solidariamente un desanimo como el del diseñador y su equipo. Ahora que la experimente me encantaría compartirle mi apreciación del edificio y una palmada por el acertado proyecto en el que participo. Envidio a la banda chilanga que puede ir en domingo a pasar la mañana ahí. En Monterrey deberíamos alzar altos vuelos como este. Mientras nos decidimos, este domingo lo transcurro entre mis escasos libros, esperando que en mi ciudad emulemos espacios para suspender esqueletos de ballena tatuados y los Starbuscks dejen de reproducirse con todo y los lectores de Stephenie Meyer. Alberto gracias por el granito de arena.

3 comentarios:

  1. ciertamente excelente obra, y curiosamente como lo comentas medio vacia, añadiria que es de envidiar que lo tengan, aunque lo envidiaria mas el que sea usada. y aqui en monterrey bien apuntas proliferan mas los starbucks y publicaciones como el metro, fama, tv novelas.
    excelente post.

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  2. Alfredo te agradezco mucho el comentario. Siempre apoyare la lectura en este pais. A mi me ha llevado por senderos luminosos. Con un poco de tiempo la biblioteca se llenara de libros y lectores que construiran nuevas plataformas para movernos, estoy convencida. Saludos!!!!

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  3. Hola Penélope:

    Pues sí, hacen falta más lugares para lectura en la ciudad. Claro, hay que reconocer que la Magna hace su luchita.

    Según dicen las malas lenguas, la del DF no está tan bien organizada en cuanto a clasificación de libros como acá (o al menos en comparación de la uni).

    No sé que tan cierto sea.

    Un saludo


    Gibrán

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