sábado, 26 de septiembre de 2009

SE OíA EL RíO


Los lectores de novelas somos una especie en peligro de extinción. Philip Roth asegura que no nos renovamos, ni aumentamos, al parecer tampoco pensamos que la lectura contribuirá a que aprendamos a escucharnos unos a otros.
En mi lista de intenciones por hacer escribí en enero: leer un libro por mes. Debí ser más específica y anotar que quería leer novelas, pues mi objetivo a mediano plazo es escribir una.
Con tan poco alcance de lectura no me ha costado terminar a finales de abril, la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo de Haruki Murakami. Si mi memoria no falla como acostumbra, esta novela es la más larga que he leído: 903 páginas que no hicieron que recuerde el nombre del protagonista cuando lo quise poner aquí, pero en quien me convertí mientras leía.
Me estoy debatiendo entre considerar a Murakami un novelista entrometido como Cervantes o desvanecido como Shakespeare, Harold Bloom me llevó a este cuestionamiento después de conocer un fragmento de unas observaciones generales sobre leer novelas, al escribir que algunos novelistas se escudan en sus personajes y otros nos embriagan con sus grandes visiones, nos aconsejan.
Desarrollé durante la lectura de esta novela una intimidad con sus escasos personajes, quienes son enigmáticos como algunos de mis amigos, y que igual que a ellos los descubro día a día. Abordé con paciencia, página tras página al Sr. Honda, Kumiko, May, Creta, Malta, Mamiya, Noboru, Cinnamon, Nutmeg, Sawara y sobre todo al señor pájaro-que-da-cuerda. Me sentí identificada casi desde que empezó la historia con el narrador-protagonista, que buscaba llenarse el vacío planchando camisas, cocinando spaguetti, soñando, leyendo, limpiando, salvando, sobreviviendo, subiendo y bajando, cuestionándose porque solo él oía al pájaro que da cuerda al mundo. La relación plana y cotidiana, que había construido con su esposa Kumiko era de una fragilidad que al irse revelando fue para mi devastadora, aunque me pareció sumamente interesante que comenzó a crecer justo cuando no estuvieron juntos, con la lejanía que llevó a la lucidez a Tooru Okada.
El viaje por diversas dimensiones tanto en la vida onírica como en la vigilia es para mí el acierto más grande de su autor. Las realidades nunca son verdaderas y los sueños son reales, los trances, las sorpresas, las incoherencias, los encuentros entre los personajes, la muerte o el sexo son en ocasiones mentales, moviendo la vida entre la confusión y a mi como lectora, a una apertura total de perspectiva, a un estado de esperar todo, de entusiasmo continuo.
Creo que a pesar de lo limitado que es mi historial de lectora, tengo códigos con otros autores que me conectan de inmediato con sus planteamientos en los que fluyo sin obstáculos. Algo me sucede con el señor Murakami que utilizo algunos prejuicios al leerlo, sin embargo me parece que he tenido recompensas para la identidad y el desarrollo de mi personalidad a través de la ambigüedad de sus visiones apocalípticas. No me levanta el ánimo, pero consolarme no es función de la lectura.

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