domingo, 23 de agosto de 2009

89

Mientras almorzaba con mi hermana y Alfredo les dije que cada juego aumenta mi gusto por ir a la cancha. Ayer sucedió todo lo que hace que que un sábado se vivía como se debe vivir. Nada mas falto la cereza del pastel: la victoria en la batalla. En fin, como hincha tengo que empezar a seguir a mi equipo con algo de distancia, por simple supervivencia emocional y no ilusionarme demasiado. Hace quince días declare que es muy difícil ser aficionada Tigre y hoy lo sostengo. Pero la fiesta fue en grande: cohetes, paracaidistas, cervezas, Sol, la narración de Don Rober, las ingenieritas CEMEX, el Tigre de Peluche, el festejo con Moi del gol de Gastón, el penal que fallo Suazo, las atajadas de Cirilo, el conato de bronca, la porra felina, los aplaudidores, el dominio rayado, la suerte de que no nos golearon gracias a los palos de la portería, las mentadas al arbitro, mi desesperación por la falta de ambición de la Bestia (en quien no confió nada), hasta el análisis del juego que oímos mientras estuvimos en el micra congestionados a la salida. Es perfecto, no necesito psicólogo, soy una fanática del fútbol. En la cancha dejo todo. Y ayer terminé desecha.

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