lunes, 20 de abril de 2009

De resolanas: Alberto Campo Baeza


“La arquitectura necesita tiempo para ir corrigiendo, para ir precisando”.

Transcurría una tarde de lunes cuando a última hora decidí asistir a la Cátedra Luis Barragán que dictaría Alberto Campo Baeza en el auditorio Luis Elizondo. Fue una decisión intuitiva como caminar por la sombra cuando cae el Sol a plomo. Ese día me sentía viviendo una resolana y con esa atmósfera empecé a escuchar la conferencia Pensar con las manos. Tenía conciencia de la existencia del arquitecto pero no contaba con suficientes datos analizados de su teoría y obra arquitectónica.

La primera frase que oí de su disertación fue: la estructura establece el orden del espacio. Yo recibía con bastante apatía las palabras que pronunciaba el vallisoletano, quien según mis prejuicios sonaba arrogante. Sin embargo ocurrió que con cada enunciado me empecé a sentir más cómoda en la butaca y con la idea de arquitectura que expresaba desde el podio. Provocó que me sucediera algo que muy esporádicamente me pasa con los arquitectos: Campo Baeza me sorprendió, y lo mejor fue que lo hizo sin que yo lo esperara, justo como cuando me enamoro.

Describir el movimiento lento de un rayo solar en un espacio interior y compararlo con la velocidad de la miel, leer poemas de Blake y Shakespeare a sus alumnos de la facultad, sentirse en su exploración cercano a Bernini quien curveaba las fachadas de los edificios para trabajar la luz –“el elemento más lujoso y gratuito con el que trabajamos los arquitectos”–, y afirmar que la arquitectura no está en el Star System, sino que se alcanza fuera de este círculo cerrado, me hicieron prestarle absoluta atención y anotar en cuatro post it amarillos a rayas palabras que formaban ideas, que me parecían de un sentido común abrumador.

Nos advirtió que con escasos proyectos esbozaría su trabajo reciente. Recorrimos entonces la guardería para Benetton en Treviso, Italia, donde el espíritu de una descripción de Borges motivó que se perforaran estratégicamente muros y cubierta; la casa Olnick Spanu en Garrison, New York, donde se provocó un juego entre lo estereotómico que es la cueva o el excavar y lo tectónico que es la cabaña o velar; el Museo de la Memoria de Andalucía con la rampa en su patio elíptico protagónico con referencia en dimensiones al patio circular del Palacio de Carlos V en la Alhambra y la Caja de Granada, un diedro que funciona como un impluvium de luz utilizando el alabastro como pantalla reflectora.

Con alusiones al músico Bach y su prolija producción de cantatas y a Ortega y Gasset y su argumento de que la claridad es la cortesía del filósofo, nos acercó a sus propuestas arquitectónicas, su alegato a favor de las maquetas –“la visión simultánea e imprescindible de las tres dimensiones”– y su cercanía a Platón con quien coincide en ideas como la belleza es el esplendor de la verdad, que aplica en la utilización del hormigón visto, construido sin perfección, a puñetazos.

Concluyó su discurso diciéndonos que esto de la arquitectura si merece la pena y da recompensa, que ser arquitecto exige enorme paciencia, porque la paciencia lo alcanza todo y entonces hasta los cuentos de Cenicienta se pueden hacer realidad, incluso sus utópicas ideas de socializar el suelo y controlar las fábricas de autos.

Como un poema que no se desgasta, las ideas construidas de Alberto Campo Baeza, fotografiadas por el japonés Hisao Suzuki son tiempo y espacio controlados, resistiendo la velocidad que vivimos, propuestas por un peatón de las plazas y parques en Madrid que viaja en metro sin reloj y quien de rebote me sacó de la resolana arquitectónica en la que transitaba para inundarme de Sol en Monterrey.

www.campobaeza.com

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