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Cuarenta: euforia y desasosiego, las embestidas del shandysmo
Veinticuatro horas son suficientes para repletar el corazón. Tengo una tripulación experta en moverme la vida, personas que provocan la emociones más imprevistas. La euforia y el desasosiego. Abrirles la puerta. Limpiar sus rastros. Tomarme una foto. Darme una mirada. Comprarme un cabrito. Descorcharme una botella. Echarme unos hielos al vaso. Cantarme las mañanitas por teléfono. Brindar por mi. Servirme mezcal. Prenderme un cigarro. Hacerme una nota. Olvidar su celular en mi casa. Llamarme por teléfono. Escucharme. Escucharme. Ignorarme. Leerme un poema en la carretera. Regalarme una gran libreta con hojas blancas. Dejar en mi librero un libro de Murakami. Hacerme un pastel. Skypearme. Felicitarme en el salón de clases. Conocer mi casa. Ponerme un inbox. Llenar mis bolsas de basura. Viajar a Monterrey. Venir e irse. Alegrar. Hacerme dudar. Posar para mi. Todas estas acciones del proceso de estar, ser presente. Escribir, para devolver el equilibrio al pasado. Y abrasar el futuro con llamas de amor. Conste, que así se ve el panorama de la bienvenida cuarentena, el conjunto de cuarenta unidades. Más la que me quieras dejar aquí.
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