Morelia. Seis y cuarenta de la tarde del miércoles 28 de octubre. Estoy sentada en la última fila del cine, en el asiento más a la derecha. A mi lado está Óscar, con su torbellino habitual. Empieza la proyección de los cortometrajes en competencia del Festival Internacional de Cine de Morelia. Mila es el último de la lista y Óscar lo dirigió. Los cinco cortos anteriores me parecen insufribles. Por más que busqué la emoción verdadera, no se asomó. Por fin empieza la proyección. Estoy nerviosa. Hay un momento en que no soporto seguir viendo la pantalla y busco un descanso volteando hacia el techo. Se termina, pantalla negra y un silencio denso se materializa. Después, aplausos conmocionados.
Escribir una reseña de Mila es una tarea casi imposible para mí. Una de las razones por las que viajé a ver las proyecciones en el festival es empujarme a hacerla. Demasiadas cosas me unen y me separan de esa obra. Poner la cercanía distante es el oxímoron de estrategia.
Acabo de llegar a mi habitación de hotel de cadena gringa con dos cervezas que fui a buscar al Oxxo. Velando el sueño de Óscar y Gabriel releí secciones de la novela Canción de tumba y resonó la emoción en cada página, y de pronto, apareció la urgencia de escribir sobre hoy, empezando por la película Cemetery of Splendor que vi recién llegada a esta ciudad. Quería estar en sintonía con el inicio del módulo de poesía cognitiva en el Seminario Amparán que coordina Julián Herbert y curso cada miércoles en Saltillo. La sesión de hoy se llevó acabo sin mi presencia y me pesó, estoy enganchada e inmersa en su universo. La película va sobre unos soldados que duermen casi todo el tiempo y las mujeres que vigilan su sueño. Hay una atmósfera donde no se separan los estados, es hipnótica: la vida, la muerte, el sueño, la vigilia son omnipresentes. Como en la realidad. El sueño como la preparación para el futuro. La escena que me derrumbó es una conversación entre dos mujeres sentadas en una banca. Una de ellas tiene una pierna más corta que la otra. Se levanta el pantalón para mostrar su deformidad. La mujer que la observa toma una botella de plástico con un brebaje que acaban de preparar para ayudar a mantenerse despierto. Se hinca ante ella y vierte el líquido sobre la pierna, empezando por el pie y subiendo hasta arriba de la rodilla que no tiene forma. También besa con reverencia cada parte que es mojada. Emoción verdadera. Vinieron a mi pensamientos inconscientes sobre este acto durante el resto del día.
Óscar desde siempre me provoca emociones verdaderas. Amistad. Frustración. Complicidad. Alejamiento. Enojo. Tristeza. Alegría. Felicidad. Envidia. Amor. Decepción. Esperanza. Asombro. Compasión. Desesperación. Me ha llevado y traído. Así es Mila: emoción verdadera. El formato, el encuadre, las actuaciones, la historia, las imágenes, la fotografía, los diálogos, el punto de vista, la trama, el sonido, están hechos con algo más allá de sí mismos. Es cruel. Oscura y lúcida. Tramposa. Hiriente. Valiente. Conmovedora. Vibra en el espectro del dolor. ¿Porqué no abrazarla, si me lanza al abismo? No concede, no es correcta. No ilusiona. Y encima muestra algo de locura. ¿Porqué no lanzarme a la emoción? Cuando el mundo construido no puede habitarse sin desquicia.
Óscar duerme en el hotel de al lado. Voy a buscarlo en mi sueño de esta noche. Cerveza y chocolate de por medio. Quiero contarle que no me alcanza el lenguaje para decirle que me sucede cuando vivo días como hoy. Y que mañana desayunaremos juntos y seguiré escribiendo mi reseña.
Óscar duerme en el hotel de al lado. Voy a buscarlo en mi sueño de esta noche. Cerveza y chocolate de por medio. Quiero contarle que no me alcanza el lenguaje para decirle que me sucede cuando vivo días como hoy. Y que mañana desayunaremos juntos y seguiré escribiendo mi reseña.
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