Un miércoles a las 3:30 a.m. es un buen momento para despertar y terminar de decidir que necesitas para viajar. Con mi padre al volante, aún sin reaccionar, pasé al cajero automático a retirar unos pesos que me tranquilizaron antes de tomar el vuelo. A las 5:30 después de saludar a Eduardo Hernández, quien iba para el Bajío, estaba con un jugo de naranja y un croissant sentada en una mesa para cuatro en la sala para abordar, con esa seguridad que todos tenemos en los aeropuertos. Abrí Retorno 201 y comencé a leer Lilly. Diez páginas le bastaron a Arriaga para ponerme a llorar en el momento más fragil de la mañana y en el lugar más inadecuado, que brutalidad, que límites tan difusos, que mundo tan difícil, que todo se acabe, que se desplome el avión, que la vida me sorprenda, que mis fronteras se borren.... y no son ni las seis. Me acomodé en el 17 C o algo así, ventanilla, me gusta ver las nubes, que en el alba iban veloces y en contrasentido de nuestros 800 kilómetros por hora. Estar en un avión es exponerme a experiencias indispensables que necesito vivir de vez en cuando. Al salir de él reconocí el olor de la ciudad, aroma Chihuahua. Que bien, ya nos estamos entendiendo. El taxi me dejó en la acera frente al Teatro de la Ciudad, que edificio, estaba pensando, hasta que oí mi nombre en la voz de Pequeña. Vámonos a dejar la maleta al auto. Pero antes, oí otra voz y un fuertisimo y largo abrazo me devolvió la esperanza que Arriaga me habia arrebatado en Monterrey. Veniste!!!!!! Como estas? Me siento feliz de estar aquí.... me acabas de regresar todo con ese abrazo tan cálido, pensé. Tienes razón cuando dices no extrañarme, aunque yo si tengo melancolía de leer a Memo a solas, prefiero oirlo de tu voz, de madrugada. Te toca.
Sin retorno, penélope
Pope,
ResponderBorrarMe encantan tus relatos, sigue compartiendo tus aventuras!.
P.S. A ver si cambias el fondo verde, ya me hizo alucinar luces de colores...